Alfil que se fue a la ola, cómeme la polla. O el sufridor.
Que estaba esperando a la velocidad, cuando demudó en llanto.
Gritó a todos los cielos que él sufría, sufría, sufría.
Que todo lo padece, y que en todo está inmerso, y que todo lo hace sufrir, sufrir, sufrir, dorarse en tanto llanto sufriendo, sufriendo, sufriendo.
Que todo lo acontece.
Le dijo a Marylinda, que un quiste le salíó en el prepucio
que estaba enfermo
que el viento le desgarraba sus vestidos
que sin saber cuando ni por dónde una cliterectomía
amenzaba con estirparle la sabiduría.
Todo le acontece,
todo le hace mal,
todo es una brigada en su contra.
Le dijo a Magdalena, que sólo quería orar a su lado
que le entendiera, que él sólo buscaba su compañía,
que no era igual a todos los hombres (no lo es);
ella afectada más que nunca en su magnánimo oficio
le tendió una frazada en el piso
y lo escuchó llorar, o lo que creía que era un llanto.
Más tarde, por la mañana, lo escuchó gemir,
decir algunas palabras en una lengua vil e inventada
al descubrirlo lo encontró riendo
como idiota,
había anotado en el piso
la palabra puchapenepitomocos.
Su risa de placer, el único que encuentra.
Su risa de genofonte, su risa de vagina con arena,
su risa sardónica de inocente enculado.
Mientras el sufre, sufre, sufre.
Un día le dije: ya no sufras, no seas marica.
Se retorció cruelmente de adentro para afuera,
me gritó que no conocía el mundo
escupió baba verde, semen amarillo
y algo de hiel en las palabras.
Desde ese día, nadie puede sufrir.
Él ha sufrido por todos y todo.
Yo a veces lo veo, y le digo: no seas marica.
Él sufre, sufre, sufre, y me dice puto a mis espaldas.
A veces, lo miro, y él me odia, a veces me rio, y él me odia,
a veces paso de la mano de algunas mujeres,
y él sufre, sufre, sufre: yo le digo: no seas marica.
Y el se desenvuelve en un mar de sufrir.
Gritó a todos los cielos que él sufría, sufría, sufría.
Que todo lo padece, y que en todo está inmerso, y que todo lo hace sufrir, sufrir, sufrir, dorarse en tanto llanto sufriendo, sufriendo, sufriendo.
Que todo lo acontece.
Le dijo a Marylinda, que un quiste le salíó en el prepucio
que estaba enfermo
que el viento le desgarraba sus vestidos
que sin saber cuando ni por dónde una cliterectomía
amenzaba con estirparle la sabiduría.
Todo le acontece,
todo le hace mal,
todo es una brigada en su contra.
Le dijo a Magdalena, que sólo quería orar a su lado
que le entendiera, que él sólo buscaba su compañía,
que no era igual a todos los hombres (no lo es);
ella afectada más que nunca en su magnánimo oficio
le tendió una frazada en el piso
y lo escuchó llorar, o lo que creía que era un llanto.
Más tarde, por la mañana, lo escuchó gemir,
decir algunas palabras en una lengua vil e inventada
al descubrirlo lo encontró riendo
como idiota,
había anotado en el piso
la palabra puchapenepitomocos.
Su risa de placer, el único que encuentra.
Su risa de genofonte, su risa de vagina con arena,
su risa sardónica de inocente enculado.
Mientras el sufre, sufre, sufre.
Un día le dije: ya no sufras, no seas marica.
Se retorció cruelmente de adentro para afuera,
me gritó que no conocía el mundo
escupió baba verde, semen amarillo
y algo de hiel en las palabras.
Desde ese día, nadie puede sufrir.
Él ha sufrido por todos y todo.
Yo a veces lo veo, y le digo: no seas marica.
Él sufre, sufre, sufre, y me dice puto a mis espaldas.
A veces, lo miro, y él me odia, a veces me rio, y él me odia,
a veces paso de la mano de algunas mujeres,
y él sufre, sufre, sufre: yo le digo: no seas marica.
Y el se desenvuelve en un mar de sufrir.
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