qué barato, qué barato, me da pena la inflación
Unas bahías se extienden desnudas bajo el mar
Un hombre
dormitando en la playa de las recriminaciones, escucha un rumor.
Enfrente de él, el mar;
atrás de él, la ciudad;
en derredor, otros hombres y miles de signos rabiosos.
En un momento, no sabe qué voz resuena.
A un lado de él, otro hombre habla de su posible suicidio y, de la miseria humana, del dolor de vivir y de el amor que ha perdido.
Nuestro hombre, sólo por seguir jugando el juego, llamémosle el Camaleón, sólo lo mira y dormita.
No importa.
Es recriminado por no sentir dolor del dolor. Por reir del dolor superficial de aquel hombre blando.
Lo mira, y dormita, mientras el árbol crece y algún día el suicidio del otro hombre será recordado como un acto trascendente, y no una estupidez.
El Camaleón, dormita.
Un hombre
dormitando en la playa de las recriminaciones, escucha un rumor.
Enfrente de él, el mar;
atrás de él, la ciudad;
en derredor, otros hombres y miles de signos rabiosos.
En un momento, no sabe qué voz resuena.
A un lado de él, otro hombre habla de su posible suicidio y, de la miseria humana, del dolor de vivir y de el amor que ha perdido.
Nuestro hombre, sólo por seguir jugando el juego, llamémosle el Camaleón, sólo lo mira y dormita.
No importa.
Es recriminado por no sentir dolor del dolor. Por reir del dolor superficial de aquel hombre blando.
Lo mira, y dormita, mientras el árbol crece y algún día el suicidio del otro hombre será recordado como un acto trascendente, y no una estupidez.
El Camaleón, dormita.
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