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lunes, julio 12, 2004

El Lamento del Sargento de Aguas Verdes / Jorge Pimentel

Me he encontrado con un poema sumamente humano. Yo sé, que decir eso es no decir nada. Pero de igual manera lo digo. Es un poema en extremo narrativo, sus cortes de versos son bastantes desiguales, y juega con esos cortes, dejando al lector jugar con los significados; además llega en un momento a ser bastante patético (en el buen sentido de la palabra) y parece que si fuese novela, sería un tipo de antihéroe o novela picarezca. No lo sé, por eso digo, que es sumamente humano. Su autor es Jorge Pimentel, creador junto con Juan Ramírez Ruiz de Hora Zero en el Perú, nació en 1944.
Tarde algo en pasarlo, ya que su extención es considerable.




El lamento del sargento de Aguas Verdes

Nací para el lado que da a la calle Plateros
entre la niebla diluyéndose en gritos y el meridiano
de la noches blancas donde mi único sueño era
llegar tan lejos hasta convertirme en el rey de estas calles.

Lo único que me mostró mi tiempo fue un color indefinido
de bardos o cantantes criollos cubriendo la ciudad
con sus voces sonoras narrándonos historias
envueltas en un follaje malogrado y perjudicial.

Ya cansado de una vida sin posibilidades
a los 18 años parecía un hombre ya acabado
y la prueba de ellos es que vagamente recuerdo
los rorstros de mis seres queridos mis compañeros
de infancia los lugares recónditos donde mi alma
vagaba solitaria y tantas y tantas cosas sabe usted.

No pararía de contarle mi amigo sobre mi vida.
Es cierto que esta cerveza babeada ha servido
para barajar para borrar la parte oculta
de una vida de 64 años.

Y

que cosas fue las que no hice amigazo
cuando cumplí los quince años, muchachito
pipiolo sabe usted, mis familiares me condenaron
a vivir por mi propia cuenta y riesgo.
Fui mozo de restaurante en La Victoria
cargador de bultos en La Parada
rencauchador de llantas en un grifo perdido
por veinte soles me dejaban agarrar la pinga
comí arroz con huevo sobre un periódico
que luego utilizaba para limpiarme el culo
para qué más puede servir un periódico hoy en día.

Y

Me vi envuelto en el torbellino de horrorosas tentaciones
francamente no sé cómo todavía estoy aquí conversando con usted.
Los largos años son los que me han salteado pero a la memoria
me viene una mujer con la que conviví durante años
y que ya no he vuelto a ver.
Ella era una esbelta y morena de abajo el puente
su padre tenía una enconmendaduría en la calle Plateros.
Tenía la cara triste y el culo alegre como el cabello
que le llegaba hasta los hombros.

La amé como un condenado a la zamba
y luego la tuve que abandonar.
Es la ley de la vida, hombre,
le hice un hijo que no conozco y huí.

En el 41 hubo eso del conflicto con Ecuador
Tumbés Jaén y Mainas sabe usted.
Yo estuve allí en las tropas del Mariscal Eloy Ureta
y me arrojé en paracaídas
en Aguas Verdes agarré un fusil por primera vez
pero más que matar cantábamos y escribíamos cartas
y componíamos valses dentro de una trinchera
que nos salvaguardaba de una bala perdida
de una granada de la metralla que retumbaba
a diestra y siniestra. allí hasta el más valiente se despintaba.
Una vez terminado el conflicto me licenciaron con el grado
de sargento.

Allí mismito empezó mi calvario mi verdadera vía crucis.
Al regresar un día a casa donde mi Amanda
nadie contestó a mis llamadas, toqué y toqué
la puerta del callejón hasta que salió el padre de ella
diciéndome pestes de su hija, que lo había abandonado
que era una canalla sin consideración para con su pobre viejo
que era una desalmada. Punto.

Todo era ya inútil
todo era ya demasiado tarde
cuando decidí encontrar a mi Amanda.
La busqué indagando por un ser querido
en hospitales de caridad
en prostíbulos de Lima y provincias
en asilos para locos
en conventos
ciudad tras ciudad del interior
viviendo con rufianes de la peor calaña
indagando por ella en los lugares más increíbles.
bajo la sombra de un árblo grande grabé a los cuarentiocho años
un corazón con nuestros nombres
cada día que amanecí tirado en una callejuela
de mala muerte, cómo te necesité Amanda.
Amanda, Amanda, regresa ¡es preciso que regreses!
ven, ahora más que nunca te amo.

Parece como si en sueños un día te hubiese conocido
parece como si la tierra te hubiese tragado.
Ni un vestigio tuyo aparece
ni la huella de tu zapato
ni el leve rumor sobre tu paradero.
Es la ley de la vida, hombre, me repito
y en la noche bajo la luna, Amanda nunca vendrá.

Y así muchos fueron los motivos de mi perdición
el alcohol bajo cuya sombra gris viví
no permitiéndome ver jamás laluz que se me ofrecía
gratuitamente, bastaba tan sólo con levantar la cabeza
mas nunca lo hice, temí a esa luz clara fresca diáfana
que se ofrecía a todos, temí enfrentarme a esa luz con su sol
radiante y su verde gramilla me asustaba, porque no sé quién
me dijo que la luz desnudaba y cada vez sentía que me jalaban
hacia cuevas sin luz y sin amor y por ende a la soledad
a la destrucción.

Como le digo muchos fueron los motivos de mi perdición
y aunque no culpo ni señalo con el dedo
¡Que levante la mano quien no sumó su grano de arena a mi ruina!
(Todos me han cagado, carajo, perdón)
Le gente me fue olvidando
los amigos si te ven no te conocen
y sin mujer
y sin hijos
y sin chamba
mi vida es el triste y célebre triángulo
cuando la vida de otros es redonda
con una obertura y muchas perspectivas.
Vivo con dos hermanas del segundo matrimonio de mi padre.
Ellas a duras penas me dan una pensión y me alimentan.

Veintiocho años he buscado trabajo, jefe
sabe, intenté el de los licenciados del ejército
para trabajar en los bazares que ellos tienen
y me ofrecí de empleado, en realidad me vengo
ofreciendo desde hace mucho tiempo, pero visto
mi historial, afuera de nuevo, sobre la vía al trago
a recitar poemitas de enamorado colegial a ser
el payaso de las mesas a hacer reír a los parroquianos
con mis poemitas de colegial enamorado, con mis historias
del conflicto con Ecuador, con Aguas Verdes y mohosas
para llorar por mi pasaje en ómnibus a las 3 de la mañana
para reír porque alguién se compadeció de mí y me ofreció
un cigarrillo
para ponerme serio mientras sorbo mi trago mojándome los bigotes.
Y yo ya no quiero
y yo ya no quiero
pasarme toda la vida entre las cenizas
arrodillado por lo que me pasa
con mi terno lustroso, mi camisa asquerosa
toda mi vida ansiando un trabajo digno
toda mi vida no va a ser un eterno lamento
y ya no quiero seguir envenenándoles.
Mi lamento embelesa sólo al ruin y al bobo.

Soy un sinvergüenza
soy el mal ejemplo
que los niños deben ver para apedrearme y escupirme
yo sólo soy un lamento de colillas de cigarros
para que usted vea mire cómo se me salen las lágrimas
mire usted cómo me han dejado, hecho mierda.
¡Qué he heho de mi vida, por Dios!
Me llamo Pedro Sifuentes Calderón, 64 años
(Al) sargento de Aguas Verdes, para servirlo.




Tomado de la antología: Muchachos denudos bajo el arcoiris de fuego. Antologador.
Roberto Bolaños. Editorial Extemporáneos. México, D. F. 1979. pp. 70-76
La página 2 tiene una dedicatoria:
"A las muchachas desnudas bajo el arcoiris de fuego"
Y una Advertencia:
"Este libro deb leerse
de frente y de perfil
que los lectores parezcan
platillos voladores."
El Lamento del Sargento de Aguas Verdes / Jorge Pimentel